Terminamos un 2024 marcado por la crisis. Nos encaminamos hacía un 2025 en el cual la incertidumbre domina los sentimientos ciudadanos y limita las esperanzas de un futuro mejor. La crisis no solo es económica, es también política, social, e incluso moral. Por ello, la incertidumbre se origina en causas profundas. Igual de trascendentes son las reformas que el país debe afrontar para superar la desestructuración institucional y la corrosión de las bases fundamentales de nuestro sistema productivo y económico.
El 2024 mostró los limites que impone la realidad económica a la propaganda política. El modelo estatista se chocó frontalmente con la escasez de divisas por la caída de las exportaciones y el incremento de las importaciones subsidiadas de combustibles, llegando pronto a provocar una crisis que ya afecta las bases estructurales de la economía nacional y deteriora sustancialmente la economía familiar.
Hay barreras que son infranqueables y hay dos que no vamos a poder superar mientras no haya un profundo cambio de rumbo en las políticas económicas; no podemos imprimir dólares y sin dólares no podemos comprar combustibles, además de todos los insumos del exterior para sostener la producción nacional, así como aquello que se importa en materia de servicios, como por ejemplo, conexiones de internet y seguros, además de una infinidad de artículos para uso personal de los ciudadanos.
En realidad, lo que ha fracasado es la concepción de un modelo basado en el consumo interno financiado con los ingresos extraordinarios que generaron principalmente las exportaciones de gas, de minerales y de soya, todos rubros que se habían desarrollado en los años noventa con un modelo favorable a la inversión privada, tanto nacional como extranjera. Dado que no podemos inventar dólares (o euros), está claro que la solución pasa por reorientar la economía nacional hacía un modelo basado en las exportaciones y la atracción de la inversión internacional.
No podemos seguir apostando a la fantasía de que un país con un territorio inmenso, alejado de los mercados internacionales y con una población reducida e ingresos limitados, incluso en comparación con la realidad latinoamericana, va a poder crecer y desarrollarse sólo vendiéndose entre bolivianos. Esto solo aparentó funcionar durante algunos años por la engañosa bonanza del extractivismo que duró hasta que los yacimientos desarrollados en los noventa declinaron en su producción y cayeron los precios internacionales de los materias primas.
El 2025, estará marcado por los meses finales de una gestión gubernamental que pretender continuar con el mismo modelo, aunque toma a regañadientes algunas medidas para ir ganando tiempo. El presupuesto 2025 no afronta la imperiosa necesidad de atacar las causas del déficit publico y pretende cerrar las cuentas con la colocación de bonos en los mercados internacionales y desembolsos de los organismos multilaterales, en niveles que no se ha conseguido concretar en los años anteriores. Entretanto el circulo vicioso entre la escasez de divisas y los cortes en la cadena de suministro de combustibles continuará amenazando la economía nacional.
A ello se añade la falta de claridad sobre la construcción de una alternativa que genere confianza e ilusione a la población con una propuesta de futuro que convierta la demanda ciudadana de un cambio político y económico profundo en un proyecto de gobierno que reencauce a Bolivia por la combinación virtuosa de democracia, Estado de Derecho y libertad económica, que ha demostrado ser la fórmula que brinda a las naciones un camino sostenido de bienestar, prosperidad y oportunidades para su población.
El 2025 será un año marcado por la demanda de cambio y de soluciones por el conjunto del pueblo boliviano, en el que la convicción democrática y el compromiso cívico de la gran mayoría de los ciudadanos será la garantía fundamental de una transición pacifica y ordenada hacía un nuevo modelo de país que se proponga modernizar la nación, consolidar un orden democrático real y liberar la energía creativa y emprendedora de los bolivianos.
Es la esperanza que nos debe guiar frente a todos las adversidades que afronta un país que, pronto a cumplir su Bicentenario, no logra superar su atraso y subdesarrollo por la combinación perniciosa de centralismo, estatismo y populismo que ha caracterizado su historia.