Entre la realidad y lo virtual el dilema ético de “revivir” a los muertos

En un mundo donde la tecnología avanza a pasos agigantados, nos encontramos ante dilemas éticos y emocionales que nuestros antepasados jamás hubieran imaginado. Uno de estos desafíos modernos se manifestó de manera conmovedora en Corea del Sur, cuando una madre afligida, Jang Ji-sung, tuvo la oportunidad de “reunirse” con su hija fallecida, Nayeon, a través de la realidad virtual el año 2020.

Este evento, capturado en el documental «I Met You» transmitido por MBC, ha desatado un debate global sobre los límites de la tecnología y su papel en el proceso de duelo.

Jang Ji-sung perdió a su hija Nayeon debido a una enfermedad incurable. El dolor de una madre que pierde a su hijo es inconmensurable, un vacío que parece imposible de llenar. Sin embargo, la tecnología de realidad virtual le ofreció a Jang una experiencia única; la posibilidad de ver, escuchar e interactuar con una versión virtual de su hija fallecida. El encuentro, emocionalmente cargado y visualmente impactante, plantea preguntas fundamentales sobre cómo procesamos la pérdida en la era digital.

La experiencia virtual inmersiva de Jang no es un caso aislado, sino que representa una tendencia emergente en la intersección entre la tecnología y el duelo. En los últimos años, hemos visto un aumento en el uso de tecnologías digitales para preservar la memoria de los fallecidos, desde perfiles de redes sociales convertidos en memoriales hasta hologramas de celebridades fallecidas realizando conciertos. La realidad virtual lleva este concepto un paso más allá, ofreciendo una experiencia inmersiva que simula la presencia física del ser querido perdido.

El documental «I Met You» muestra a Jang interactuando con la representación virtual de Nayeon en un parque recreado digitalmente, un lugar que la niña solía disfrutar. Vemos a la madre extendiendo su mano para tocar a su hija, sabiendo que no hay nada físico que tocar, pero aun así experimentando una conexión emocional profunda. La niña virtual sonríe, habla y se mueve, creando una ilusión convincente de vida que, por un momento, difumina la línea entre la realidad y la simulación digital.

Esta experiencia plantea preguntas profundas sobre la naturaleza del duelo y cómo la tecnología puede alterarlo. Por un lado, ofrece consuelo a los dolientes, permitiéndoles una forma de “cierre” que de otra manera podría ser inalcanzable. Ver y hablar con una representación de un ser querido fallecido puede proporcionar una sensación de paz y la oportunidad de decir las cosas que quedaron sin decir. Para Jang, fue una oportunidad de ver a su hija sonreír una vez más, de escuchar su voz (clonada digitalmente) y de tener un momento más juntas, aunque fuera en un entorno virtual.

Surgen preocupaciones sobre si estas experiencias pueden prolongar el proceso de duelo de manera poco saludable. ¿Podría la disponibilidad de estas interacciones virtuales impedir que las personas avancen en su dolor? ¿Existe el riesgo de que alguien se vuelva dependiente de estas experiencias virtuales, prefiriendo la compañía de una simulación a la realidad de la pérdida?

Además, está la cuestión ética de recrear digitalmente a una persona fallecida. ¿Tenemos el derecho de crear estas representaciones virtuales de los muertos? ¿Cómo podemos estar seguros de que estamos respetando sus deseos y su memoria? En el caso de Nayeon, una niña que falleció a una edad temprana, ¿cómo podemos saber si ella hubiera estado de acuerdo con ser recreada de esta manera?

La experiencia de Jang Ji-sung también nos lleva a reflexionar sobre cómo la tecnología está redefiniendo nuestras relaciones, no solo con los vivos, sino también con los muertos.

En el pasado, nuestras conexiones con los fallecidos se limitaban a recuerdos, fotografías y quizás grabaciones de audio o video. Ahora, la realidad virtual ofrece una forma de interacción que se siente más inmediata y tangible. Esto plantea preguntas sobre la naturaleza de nuestras relaciones y si es posible, o incluso deseable, mantener una forma de “relación” con alguien que ya no está físicamente presente.

El caso de Jang también nos obliga a considerar las implicaciones psicológicas de estas experiencias. Por un lado, la oportunidad de “reunirse” con un ser querido fallecido podría tener beneficios terapéuticos, ayudando a procesar el dolor y facilitando la aceptación de la pérdida. Algunos psicólogos argumentan que estas experiencias podrían ser útiles como parte de un proceso de terapia guiada, permitiendo a las personas trabajar a través de sentimientos no resueltos en un entorno controlado.

Por otro lado, existe la preocupación de que estas experiencias puedan ser traumáticas o confusas, especialmente si no se manejan con cuidado. Ver a un ser querido fallecido “vivo” nuevamente, aunque sea en forma virtual, podría reabrir heridas emocionales o crear una falsa sensación de esperanza. Además, la discrepancia entre la experiencia virtual y la realidad podría ser difícil de reconciliar para algunas personas.

Es importante señalar que la tecnología utilizada en el caso de Jang Ji-sung aún está en sus primeras etapas. A medida que la realidad virtual y la inteligencia artificial continúen avanzando, es probable que estas experiencias se vuelvan más sofisticadas y realistas. Esto plantea preguntas adicionales sobre cómo evolucionará nuestra relación con esta tecnología en el futuro. ¿Llegará un punto en que las interacciones virtuales con los fallecidos sean indistinguibles de las interacciones reales? ¿Cómo afectaría esto nuestra comprensión de la vida y la muerte?

Este caso nos invita a considerar las implicaciones culturales y sociales más amplias de esta tecnología. Diferentes culturas tienen diversas formas de lidiar con la muerte y honrar a los fallecidos. ¿Cómo se integraría esta tecnología en diferentes contextos culturales? ¿Podría cambiar fundamentalmente la forma en que las sociedades abordan la muerte y el duelo?

Además, debemos considerar las posibles consecuencias no intencionales de esta tecnología. Por ejemplo, ¿podría la disponibilidad de estas experiencias virtuales disminuir el valor que le damos a nuestras relaciones en vida? ¿O podría, por el contrario, hacernos más conscientes de la preciosidad de nuestro tiempo con los seres queridos?

También es crucial considerar los aspectos legales y éticos de crear y utilizar representaciones virtuales de personas fallecidas. ¿Quién tiene el derecho de crear estas representaciones? ¿Cómo se manejarían los derechos de imagen y propiedad intelectual? ¿Deberíamos establecer regulaciones sobre cómo se pueden usar estas tecnologías para proteger la dignidad y la memoria de los fallecidos?

El caso de Jang Ji-sung y su hija Nayeon es solo el comienzo de lo que probablemente será un debate largo y complejo sobre el papel de la tecnología

Hace un par de días vi la película «Wonderland 2024» de Netflix que nos sumerge en un futuro no muy lejano donde la tecnología ha difuminado aún más las líneas entre la vida y la muerte. En este mundo ficticio, las personas tienen la posibilidad de interactuar con versiones virtuales de sus seres queridos fallecidos, una premisa que resuena profundamente con la experiencia real de Jang Ji-sung.

En «Wonderland», nos encontramos con una trama que gira en torno a una abuela que se agota física y emocionalmente en su intento por mantener una relación virtual con su nieto fallecido, quien en vida era una persona problemática. Esta narrativa nos invita a reflexionar sobre las complejidades y los posibles peligros de utilizar la tecnología como un sustituto de las relaciones humanas reales, especialmente en el contexto del duelo.

Al igual que en el caso de Jang Ji-sung, la abuela en «Wonderland» se enfrenta a una versión idealizada de su ser querido. En el mundo virtual, el nieto problemático se presenta como la persona que ella siempre deseó que fuera, libre de los defectos y conflictos que caracterizaron su relación en vida. Esta situación plantea preguntas fundamentales sobre la autenticidad de estas interacciones virtuales y si realmente pueden proporcionar el cierre emocional que buscan los dolientes.

La película también explora las consecuencias a largo plazo de depender de estas tecnologías para procesar el duelo. La abuela, en su afán por mantener viva la memoria de su nieto, comienza a descuidar otros aspectos de su vida real, incluidas sus relaciones con los vivos. Este aspecto de la trama refleja una preocupación muy real en nuestro mundo actual: ¿podría la disponibilidad de estas tecnologías impedir que las personas avancen en su proceso de duelo?

Otro elemento crucial que pone sobre la mesa es la cuestión de la agencia y el consentimiento de los fallecidos. En la película, como en el caso real de Nayeon, las representaciones virtuales de los muertos se crean sin su consentimiento explícito en algunos casos. Esto plantea dilemas éticos significativos: ¿tenemos el derecho de recrear digitalmente a alguien que ya no está con nosotros? ¿Cómo podemos asegurarnos de que estas representaciones respeten la memoria y los deseos de los fallecidos?

La película también aborda las implicaciones sociales y culturales de esta tecnología. En «Wonderland», vemos cómo la sociedad se ha adaptado a la presencia de estos “fantasmas digitales”. Hay normas y expectativas en torno a cómo y cuándo es apropiado interactuar con los muertos virtuales. Este aspecto de la narrativa nos invita a considerar cómo nuestra propia sociedad podría cambiar si tecnologías similares se volvieran ampliamente disponibles.

Al comparar la experiencia de Jang Ji-sung con la narrativa de «Wonderland», podemos identificar tanto similitudes como diferencias reveladoras. Ambos casos involucran el uso de tecnología avanzada para facilitar encuentros con seres queridos fallecidos, y ambos exploran el impacto emocional profundo que estas experiencias pueden tener en los vivos.

Mientras que la experiencia de Jang Ji-sung fue un evento único y controlado, diseñado específicamente como parte de un documental, «Wonderland» imagina un mundo donde estas interacciones son comunes y continuas. Esta diferencia nos lleva a considerar las implicaciones a largo plazo de hacer que estas tecnologías sean ampliamente accesibles.

La experiencia de Jang Ji-sung, aunque emocionalmente intensa, fue limitada en el tiempo y supervisada por profesionales. En contraste, la abuela en «Wonderland» tiene acceso constante a la versión virtual de su nieto, lo que lleva a una dependencia poco saludable. Esta comparación nos hace preguntarnos: ¿cómo podríamos regular el uso de estas tecnologías en la vida real para prevenir adicciones o efectos psicológicos negativos?

Otro aspecto importante que en la película explora y que se relaciona con el caso de Jang Ji-sung es la cuestión de la fidelidad de las representaciones virtuales. En la película, las versiones digitales de los fallecidos se basan en recuerdos y datos recopilados durante su vida. Esto plantea preguntas fascinantes sobre la naturaleza de la identidad y la memoria. ¿Hasta qué punto pueden estas recreaciones capturar la esencia de una persona? ¿Cómo lidiamos con las discrepancias entre nuestros recuerdos idealizados y la realidad compleja de quienes hemos perdido?

La película también aborda el tema de la evolución de estas entidades virtuales. A medida que interactúan con los vivos, las representaciones digitales en «Wonderland» parecen desarrollar sus propias personalidades y recuerdos. Este concepto nos lleva a territorios filosóficos aún más complejos: ¿en qué momento una representación digital deja de ser simplemente un eco del fallecido y se convierte en algo más? ¿Cómo afectaría esto a nuestro proceso de duelo y a nuestra comprensión de la vida y la muerte?

En la película, surgen preguntas sobre los derechos de propiedad de estas representaciones digitales, así como sobre la responsabilidad legal en caso de que causen daño emocional o psicológico a los usuarios. Estas cuestiones son cruciales de considerar a medida que nos acercamos a un futuro donde tecnologías similares podrían volverse realidad. En «Wonderland», el acceso a estas experiencias virtuales está limitado por factores económicos, lo que crea una nueva forma de división social. Esto nos lleva a considerar cómo la implementación de tecnologías similares en el mundo real podría exacerbar las desigualdades existentes en el acceso a servicios de salud mental y apoyo para el duelo.

Otro aspecto fascinante que explora es cómo estas tecnologías podrían afectar nuestras creencias culturales y religiosas sobre la muerte y el más allá. En la película, vemos cómo diferentes personajes luchan por reconciliar sus creencias tradicionales con la nueva realidad tecnológica. Este conflicto refleja los debates que ya están surgiendo en nuestra sociedad sobre el papel de la tecnología en nuestras prácticas funerarias y de duelo.

En el corazón de «Wonderland» y la experiencia de Jang Ji-sung yace una premisa fascinante: la tecnología como puente entre el mundo de los vivos y los muertos. Esta idea, aunque revolucionaria en su ejecución, no es nueva en el imaginario humano. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha buscado formas de conectar con aquellos que ya no están, ya sea a través de rituales, médiums o, más recientemente, tecnología avanzada.

Recuerdo que este enfoque ya lo vivimos con la película Transcendence por el 2014, protagonizada por Johnny Depp. La trama sigue a un científico experto en inteligencia artificial cuya conciencia es subida a una computadora después de su muerte, lo que lleva a consecuencias inesperadas. La película explora temas como los límites de la tecnología, la naturaleza de la conciencia y los peligros potenciales de una inteligencia artificial superinteligente. La película planteó interesantes cuestiones éticas sobre el futuro de la IA y su impacto en la humanidad, generando debates entre el público y la comunidad científica.

La realidad virtual (RV) y la inteligencia artificial (IA) han abierto una nueva frontera en esta búsqueda eterna. En el caso de Jang Ji-sung, la RV permitió crear una representación visual y auditiva de su hija fallecida, Nayeon, basada en fotografías y videos existentes. Esta recreación, aunque impresionante, plantea preguntas profundas sobre la naturaleza de la identidad y la conciencia. ¿Hasta qué punto esta versión virtual de Nayeon es realmente “ella”? ¿Es simplemente una proyección de los recuerdos y deseos de su madre, o hay algo más trascendente en juego?

La tecnología en «Wonderland» va más allá de ser una simple herramienta de consuelo. Se convierte en un medio para reescribir la realidad, para corregir errores del pasado y para vivir en un mundo de “y si...”. La abuela, al interactuar con una versión idealizada de su nieto, está en cierto modo negando la realidad de quién era él realmente. Este aspecto de la película refleja una tendencia humana muy real, la de recordar a los fallecidos de manera selectiva, enfocándose en sus mejores cualidades y minimizando sus defectos en algunos casos.

Sin embargo, esta capacidad de la tecnología para “mejorar” nuestros recuerdos plantea dilemas éticos significativos. ¿Es ético crear versiones idealizadas de personas fallecidas? ¿Qué impacto tiene esto en nuestra capacidad para procesar el duelo y aceptar la pérdida? Más aún, ¿cómo afecta esto a nuestra percepción de la vida y la muerte?

Es importante considerar también el papel de la IA en estas interacciones. Tanto en el caso real como en la película, la IA juega un papel crucial en la creación de respuestas y comportamientos “realistas” de los fallecidos virtuales. Esto plantea preguntas fascinantes sobre la naturaleza de la conciencia y la identidad. ¿Hasta qué punto puede una IA replicar la personalidad, los recuerdos y las reacciones de una persona fallecida? ¿Y si pudiera hacerlo de manera perfecta, cambiaría eso nuestra percepción de lo que significa estar “vivo” o “muerto”?

La tecnología en «Wonderland» y en el experimento de Jang Ji-sung no solo actúa como un puente entre mundos, sino que también desafía nuestras nociones fundamentales sobre la vida, la muerte y la identidad. Nos obliga a considerar si nuestras relaciones con los fallecidos pueden o deben continuar evolucionando después de la muerte física. ¿Es la muerte realmente el fin de una relación, o la tecnología nos está ofreciendo una forma de extender esas conexiones más allá de los límites tradicionales?

Por otro lado, la capacidad de interactuar con versiones virtuales de los fallecidos podría tener implicaciones significativas para la preservación de la historia y la cultura. Imagina poder interactuar con representaciones virtuales de figuras históricas importantes, aprendiendo directamente de sus experiencias y conocimientos. Esto podría revolucionar nuestra forma de estudiar y comprender la historia, pero también plantea preguntas sobre la autenticidad y la interpretación de estos “testimonios” virtuales.

En el ámbito de la psicología y la terapia, estas tecnologías abren nuevas posibilidades para el tratamiento del duelo y los traumas relacionados con la pérdida. La experiencia de Jang Ji-sung sugiere que las interacciones virtuales con seres queridos fallecidos podrían ofrecer una forma de cierre emocional para algunas personas. Sin embargo, también existe el riesgo de que estas interacciones puedan complicar o prolongar el proceso de duelo, creando una dependencia emocional de la tecnología en lugar de facilitar la aceptación y la superación.

La película «Wonderland» lleva esta idea aún más lejos, mostrando cómo estas interacciones virtuales pueden convertirse en una forma de escapismo, permitiendo a las personas evitar enfrentarse a la realidad de la pérdida por tiempo indefinido. La abuela que se agota física y emocionalmente para mantener la existencia virtual debido a que paga cuotas mensuales para que su nieto siga “vivo”, es un ejemplo poderoso de cómo esta tecnología podría llevar a comportamientos poco saludables y a la negación de la realidad.

¿Cambiaría esto la forma en que valoramos y cultivamos nuestras relaciones en vida? Existe el riesgo de que las personas puedan comenzar a ver las relaciones como algo que puede continuar indefinidamente, incluso después de la muerte, lo que podría disminuir la urgencia y la profundidad de nuestras conexiones en el presente.

La tecnología avanza a pasos agigantados, y con ella, surgen nuevas formas de abordar incluso los aspectos más íntimos y dolorosos de la experiencia humana. El caso de Jang Ji-sung, quien utilizó la realidad virtual para “reunirse” con su hija fallecida Nayeon, y la película de Netflix «Wonderland» y la película «Transcendence 2014» que explora temas similares, nos obligan a reflexionar sobre las implicaciones éticas y emocionales de estas innovaciones.

Mientras exploramos estas nuevas fronteras tecnológicas, debemos hacerlo con cautela y reflexión ética. Es fundamental encontrar un equilibrio entre el potencial beneficio emocional y los riesgos psicológicos y éticos. Necesitamos establecer pautas claras, reglas, leyes y bases con principios con un enfoque sociocultural, sobre el uso de estas tecnologías, considerando no solo los deseos de los vivos, sino también el respeto por los fallecidos y la integridad del proceso de duelo.