Un año después, los afectados del seísmo de Marruecos esperan en tiendas la reconstrucción
Las familias de este pueblo humilde, que sobrevive a base de la poca agricultura que permite la sequía y los animales que consiguen encontrar pasto, encaran el doloroso aniversario con un solo objetivo: volver a levantar sus casas
Horas después del violento terremoto que azotó hace un año las montañas del Atlas marroquí, la aldea de Tafagajt era un río de escombros de adobe y madera. Ochenta de sus 400 vecinos murieron ese 8 de septiembre de 2023. Ahora quedan solo un centenar, que han comenzado a reconstruir sus casas lidiando con el viento, el calor y la lluvia desde sus precarias tiendas de campaña.
Las familias de este pueblo humilde, que sobrevive a base de la poca agricultura que permite la sequía y los animales que consiguen encontrar pasto, encaran el doloroso aniversario con un solo objetivo: volver a levantar sus casas.
La reparación de las 55.000 viviendas afectadas por el seísmo, en el que murieron casi 3.000 personas, avanza poco a poco en las montañas del sur de Marrakech gracias a las ayudas estatales a las familias, pero a día de hoy solo un millar se han reconstruido, un número que las autoridades esperan aumentar a al menos 12.000 para final de año.
En Tafagajt, donde decenas han emigrado a las ciudades, los vecinos han comenzado ya a hacerlo, pero varios denuncian que el dinero no les llega, indican que las listas de espera de los constructores son largas y hablan de disputas familiares que dejan a algunos sin vivienda.
Marruecos dedicó 11.000 millones de euros a la reconstrucción del terremoto, de magnitud 6,8 y que afectó sobre todo a una zona empobrecida marcada por una orografía abrupta de montañas de más de 4.000 metros de altitud, expuesta a un clima de extremo calor, nieve, inundaciones y tormentas.
El ingeniero Anas Basraoui, del Comité de Reconstrucción de la Provincia de Al Haouz, achaca los retrasos a la mano de obra y materiales escasos, al terreno que obliga incluso a subir los materiales en mulas y a la tarea de reubicar a miles que vivían en ‘zonas rojas’ sísmicas.
También a conflictos familiares que paralizan las obras, ya que la subvención, de entre 7.300 (para rehabilitar) y 13.000 euros (reconstruir), se otorga a una sola persona en hogares compuestos por varias familias. Los afectados perciben además 230 euros al mes el primer año como ayuda directa.
Según Basraoui, en Al Haouz -la región más afectada- de las casi 26.000 casas dañadas hay 400 reconstruidas y 1.000 a punto, se han retirado el 90 % de los escombros y para diciembre espera que haya 12.000 terminadas. Este técnico calcula que hasta dentro de 16 o 19 meses no habrá finalizado la reconstrucción total.
La aldea de Tafagajt solo cuenta con dos casas habitables -la del concejal y la del agente de las autoridades locales o ‘muqaddem’- y los obreros se afanan en levantar varias, como la de Lahcen Boujdig, de 76 años, que ya ha terminado las paredes y la cubierta.
Junto a la futura entrada de su vivienda de 70 metros cuadrados -el tamaño estándar establecido por las autoridades- erigida con criterios antisísmicos, se queja de que la ayuda no le da para más porque ha recibido la de rehabilitación, en lugar de reconstrucción.
Mientras, vive con su hija Nezha en una tienda contigua de tres estancias en la que se mezclan plástico, cañizo, vigas de madera, mantas y tela de saco. “Lo pasamos muy mal con el calor”, dice ella en un día tormentoso que sobrepasa los 30 grados.
Su refugio está algo aislado del que ahora es el centro de la aldea: varias tiendas dispuestas entre calles estrechas de barro, ubicadas a unas decenas de metros del lugar que hace un año sirvió de improvisado cementerio y donde hoy se ven 79 tumbas con una misma fecha inscrita.
En la aglomeración de ‘jaimas’ está Amina Benbrik, que no sabe cuántos años tiene pero sus arrugas denotan más de 70. Los días de viento como este se refugia en casa de su vecina porque su tienda puede caer.
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Es soltera y residía en una casa familiar con su hermano, pero fue él quien recibió la ayuda y ahora, dice, “solo construye para él”. “Mi futuro es una tienda de campaña. Y aquí sufrimos. Tenemos que salir para resguardarnos del calor bajo los olivos”, explica.
Por esas calles camina también Abdelaziz Boujdig, que perdió a su hija de 13 años en una casa en la montaña que no puede reconstruir en ese terreno, o Abderrahim El Fathi, que hace un año pasó tres horas bajo los escombros en la vivienda colapsada donde murió su suegro.
Y es que todos en Tafagajt tienen su trocito de dolor compartido. “Cuando nos reunimos -dice Abderrahim- ni comemos, ni bebemos, solo recordamos a los muertos... y lloramos”.