Diversas circunstancias y hechos determinantes nos llevan a la confirmación de que hemos ingresado a una Policrisis que está devastando el ánimo, las percepciones y confianzas de los bolivianos. El país está en una espiral de descomposición económica, de la calidad de su democracia y en un tiempo de agudo maltrato en la convivencia social. Una fase de disgregación integral de nuestro sistema político, económico e institucional que requerirá de tiempos dilatados para su recomposición.
¿Cómo hemos llegado a esta situación? Dogmatismo, ambiciones, miradas cortas, mentiras, desinterés, desidias, mitos y falsas afirmaciones son, entre otros, los vocablos que aplicados a la coyuntura y al contexto puede dar referencias aproximativas de argumentos a la interrogante propuesta. El planteo, apesadumbrado, del porqué malamente se nos ha instalado este ensañamiento histórico, parece hallar respuestas en el cuento corto de Sergio Almaráz (1967), cuando imaginó en un relato la visita del diablo que le decía “arruinaré a los bolivianos, serán castigados. ¿Cómo? Van a sufrir hambre. No tenemos papa ni carne. Los empobreceremos. Es tarde, de ello se encargaron la South American Placers, la International Metal Processing y la Gulf. Los mandaremos al caos. Tenemos logias y partidos políticos. No hay caso -dice el diablo- ahora me doy cuenta por qué se dice que es un pueblo de ingratos, por qué lo olvidan todo. Les mandamos las guerras del 79, del 903, la del Chaco, plagas y hambrunas. Me marcho.” Almaráz hoy tendría un cuento más largo.
Si las apreciaciones analíticas tienen un grado de subjetividad que puede ser considerado como significativo, revisemos los estudios de opinión: el 94% de los bolivianos –según la encuestadora CIESMORI- dice que las cosas, en general, van en la dirección incorrecta. Prácticamente de forma unánime, la población percibe que este momento no está en absoluto bien conducido y que las decisiones van mal encaminadas. En Santa Cruz y Cochabamba los números están por encima del promedio, 96% y 95% respectivamente ante la misma cuestión. También la empresa DIAGNOSIS, ha concluido en sus estudios que, entre enero y septiembre del presente año, la aprobación del presidente boliviano ha caído de un 42% al 22% y que, el 95% de la ciudadanía piensa que la economía no va bien. Conclusivamente el estudio señala: “Es en las bases sociales del arcismo donde hay mayor desánimo por la situación económica y política del país”.
Para CIESMORI, los bolivianos esperan, en un nivel del 79% y 78%, un incremento de la inflación y aumento de las personas desempleadas respectivamente. Ante los bloqueos que están asfixiando a Cochabamba se observa que los bolivianos tienen el convencimiento mayoritario de que son una estrategia para evitar cualquier investigación o posible detención del expresidente. El 69% piensa así de acuerdo con los datos de DIAGNOSIS.
Los estudios siguen y expresan resultados de alta criticidad, reveladores de la opacidad del momento: crisis económica; corrupción; falta de empleo; aumento de precios; menor cantidad de productos comprados; cambios sentidos en la conducta del consumidor como desplazarse hacia marcas más económicas; búsqueda de promociones o bien, tener mayor actividad en casa. Si se toma en cuenta, adicionalmente a esto, la aprobación de la gestión gubernamental, la más baja de los últimos 15 años, se configura el escenario de lamentables dificultades que se encadena, a su vez, al conflicto político e institucional. En definitiva, una Policrisis que permanece y continúa en espera de decisiones que no llegan.
La confianza política, que no es otra cosa que el apoyo de la ciudadanía a los cuatro Órganos de Poder del Estado, sus autoridades y liderazgos, como también la certidumbre que generan las estructuras político-partidarias, está igualmente muy devaluada. Nuestras instituciones han dejado de ser valoradas positivamente en su nivel de transparencia, credibilidad, justicia e idoneidad. La pérdida de confianza política en el sistema, que es el grado mayor del hecho de crisis, se expresa en la extinción de las legitimidades y del poder efectivo. La consecuencia de una confianza política diluida está en una malograda garantía de todas las acciones de los entes decisores, una inoperancia cruzada entre los diversos actores e instituciones.
Por lo tanto, desprovistos de confianza política, con la economía en baja constante, con una institución judicial señalada por la sociedad y la barbarie en la disputa de los popes supremos del MAS el país ya se ha sumergido en aquello que Gramsci llama el interregno, ese tiempo bisagra donde “aparecen los monstruos y los síntomas más morbosos” como el autoritarismo, el providencialismo, la desobediencia normativa y hasta la suspensión de la Constitución misma por la vía de las más absurdas interpretaciones.
¿Quién gobernará ahora?, y ahora es en el tiempo del Bicentenario, si ellos van por ahí, los unos y los otros, destruyéndolo todo en cada paso. Ante el desatino y las sombrías perspectivas, solo queda tomar partido en la lucha contra todo lo que amenaza nuestra existencia.