Primera afirmación: entre el griterío anárquico y la delirante búsqueda de respaldos nacionales en una sociedad desatendida históricamente, el proyecto progresista más importante de los últimos 70 años ha preferido inconscientemente el camino de la autodestrucción. Octavio Paz siempre repetía: no hay nada más incómodo que una verdad pronunciada antes de tiempo. Esas son las verdades que en la historia han abarrotado las listas de quienes, por el desagrado de sus palabras, son malmirados y señalados de traidores. Pasó allá, acá y en todos lados.
Superado el gran desafío de la construcción arquitectónica institucional del Estado Plurinacional, se esperaba que la convivencia política y social quedara rehecha en términos de tolerancia y aceptación a la diversidad de una sociedad profundamente multicolor, desde su vértice cultural hasta de sus nacionalidades mismas, pues el nuevo Pacto Social, hacía presumir que este era el siguiente estadio del proceso de inclusiones y transformaciones iniciadas. A partir de aquella creencia, la obra siguiente señalaba la necesidad política de articular una conciliación posible entre el Socialismo de la memoria histórica universal y la institucionalidad de la Democracia Liberal sobreviviente. Estábamos situados para entonces en el año 2009. Ese fue un reto que exigía pergeñar una vía socialista democrática propia. Queda en el lector, conclusivamente, afirmar si tal cometido se logró, quedó mutilado o si el proceso aún continúa en evolución y progreso.
Segunda afirmación: la marcha avanza hacia La Paz, en ella las escaramuzas exponen el odio que separa a los partidarios -obligados y urgidos- de las dos expresiones enfrentadas. La violencia está en presencia latente, si esta se exacerba y descontrola lo difundirán los informativos, pero todos trabajan descarnadamente en los horarios no percibidos, cuando la gente duerme, para desatar un hecho que indigne y permita operar en el desenlace buscado: incapacitar, inhabilitar al otro. Ambos son excluyentes, ello quiere decir que no pueden, siquiera tolerar la posibilidad de concurrir a un mismo espacio partidario o electoral. Por ello se invalidan, se degradan y anulan, es la fórmula del matar muriendo o morir matando, en todo caso, un suicidio colectivo.
Tercera afirmación: el desangrarse en una interna política absurda y carente de comprensión y valoración histórica no es solo una cuestión de afectar y dañar el curso del proyecto de la izquierda nacional, implica también un quebranto para la democracia, pues ofrece su rostro más antidemocrático en quien defendió, avanzó y creció sobre un capital simbólico de pluralidad, inclusión, tolerancia y lucha contra toda forma de discriminación. Ese rostro antidemocrático deja instalada la incógnita de si es solo una coyuntura y circunstancia propia del internismo ya violento o marca el perfilamiento de formas autoritarias y despreciativas de las buenas maneras de la convivencia política. La izquierda nacional transita un momento de infortunio político, un andar por la cornisa que separa lo democrático de lo no/democrático. Así se apagan los ciclos, de forma decadente, sin grandes auspicios, encerrados en su propia ruina y nublando lo que en un momento de gloria constituyó el paradigma de cambio, reformas y transformaciones de una sociedad que amplió su base social para agregar a nuevos sujetos históricos.
Cuarta afirmación: las organizaciones sociales naturales fueron, desde la mediados de la década de los años noventa, la posibilidad histórica e irreductible de poder de los sectores excluidos y empobrecidos del país. Hoy, esos hombres y mujeres, dirigentes y líderes, los referentes de decisión y conducción política que, reunidos todos ellos, conforman la corporatividad social y popular se muestran como una familia disfuncional. Esta condición se manifiesta cuando los conflictos, las nocivas conductas y también la presencia de excesos de parte de cualesquiera de sus miembros se multiplican de forma constante y regular. La disfunción lacera el normal funcionamiento de algo. Desde lo institucional hace que los estándares de nuestra democracia se hundan, ayudados también porque frente a ellos, la derecha se anima a reconstruirse con los inoxidables protagonistas centrales del odio y la arrogancia de clase del año 2003.
Quinta afirmación: encaminados hacia un “estado de cosas inconstitucional”, ese que reduce la CPE a un sentido apenas nominal por su inobservancia y no acatamiento, la coyuntura de Policrisis actual se define como un momento de conflictos multiplicados con estética perversa, algo que se entiende como las aviesas intenciones de dos en disputa que multiplican las atribulaciones del Estado, la sociedad y la economía con búsqueda de daño intencionado y beneficio propio.
En 1969, Teodoro Petkoff, venezolano, comunista activo y sin dobleces en la crítica y palabra, publicó su célebre libro “Checoslovaquia. El socialismo como problema”. En él, recriminó la represión húngara de 1956 y las formas violentas del paseo de los tanques rusos por Praga en 1968. Reprochó y expuso severamente su disconformidad con la estatización y el totalitarismo soviéticos. En acuerdo con ese pensamiento separó las distintas izquierdas que asomaron en el amanecer del siglo XXI, habló de unas “izquierdas reales” que fueron centrales en las luchas anti-autoritarias y de “la izquierda borbónica” que, como la Casa Real, “ni olvidan ni aprenden”. El dilema y contradicción de no aprender es imaginar que se avanza en la lógica que, mientras peor mejor.