Hay dos términos que la Generación Z ha popularizado y que definen la era del agotamiento digital: “Brainrott” (pudrición cerebral) y “Bedrotting” (pudrirse en la cama). El primero describe la atrofia mental causada por el consumo infinito de contenido basura, clips de 10 segundos y “scroll pasivo”. El segundo es la acción misma, la parálisis voluntaria de quedarse en cama todo el día, consumiendo esa dieta chatarra de información.
Son conceptos tristes, pero honestos, sobre el escapismo individual. Sin embargo, ¿qué sucede cuando esta filosofía de parálisis y atrofia no solo describe a un usuario de TikTok, sino a una sala de redacción entera?
Bienvenidos al “News-rott”. Hoy, navegando por las redes sociales, me encuentro con una “noticia” irrelevante, sin sustancia y vacía; gran parte del periodismo ha dejado de informar para abrazar su propio “bedrotting”, una renuncia voluntaria al pensamiento crítico a cambio de la comodidad adictiva del clic fácil.
La Prostitución Algorítmica
El periodismo, en su misión ideal, es un contrapoder. Su deber es incomodar, fiscalizar, explicar lo complejo y jerarquizar la realidad. Pero en la economía de la atención, esa misión se ha vuelto un mal negocio.
El editor en jefe ya no es un veterano curtido en la calle; es un algoritmo opaco de Google Discovery, un feed de Facebook o una tendencia en X (antes Twitter). Y este nuevo jefe no paga por la verdad, la profundidad o la relevancia cívica. Paga por la retención y la reacción.
Aquí es donde ocurre la “prostitución”. Es el acto consciente de sacrificar la integridad editorial a cambio de la moneda de la era digital, las visitas o las reproducciones.
Los medios han aprendido que un análisis profundo sobre la reforma pensional genera 1,000 visitas, pero una nota titulada “No podrás creer lo que dijo...” genera 500,000.
El algoritmo, como un proxeneta digital, ha entrenado a los editores. Les da una dosis de dopamina (un pico de tráfico) cada vez que publican basura, y los castiga con la irrelevancia (cero visitas) cuando intentan ser serios, cuando investigan o cuando incomodan. Y los medios, adictos a esa métrica, obedecen.
La dieta insulsa: “Influencer News” y cebo de ira
¿Cuál es el producto de esta pudrición? El contenido “superficial e insulso”. La sala de redacción, en su “bedrotting”, ya no sale a buscar la noticia; espera a que la tendencia le diga qué escribir.
El síntoma más claro de esta enfermedad es el auge del “Periodismo de Influencers”. Medios que antes cubrían conflictos internacionales ahora dedican su portada a la ruptura amorosa de una estrella de TikTok, al nuevo perro de un “youtuber” o a la última polémica de un “streamer”.
No nos equivoquemos, esto no es periodismo de espectáculos. Es algo peor. Es la cobertura de no-eventos, protagonizados por no-personajes, diseñada exclusivamente para capturar el tráfico de una audiencia parasocial.
A esto se suma la epidemia del “Rage-Bait” (cebo de ira). Titulares diseñados no para informar, sino para indignar. Se busca la polarización porque el algoritmo identifica la ira y el conflicto como alto engagement. Se publican listas vacías (“5 razones por las que...”) y se abusa del clickbait más burdo, porque funciona.
El “Bedrotting” de la Democracia
Podríamos pensar que esto es inofensivo. Si la gente quiere consumir basura, ¿por qué negárselo? El problema es el costo de oportunidad. El periodismo es, o debería ser, el sistema inmunológico de la democracia.
Mientras los medios dedican sus recursos limitados a cubrir la boda de un influencer —porque eso “paga las cuentas”—, ¿quién está investigando la corrupción en el gobierno local? ¿Quién está explicando las implicaciones a largo plazo de la crisis climática? ¿Quién fiscaliza el gasto público?
Esos temas se han vuelto veneno para el algoritmo. Son complejos, aburridos y no generan clics inmediatos.
El resultado es un “brainrott” cívico. Tenemos una ciudadanía “infoxicada”, inundada de información, pero menos informada que nunca.
El público pierde la confianza. Cuando un medio “serio” publica la misma trivialidad que un portal de chismes, la credibilidad de toda la industria se desploma. El ciudadano concluye, con razón, que “todos son lo mismo” y que “nada importa”.
Levántense de la cama
El “bedrotting” es, en esencia, una renuncia. Es decir: “El mundo es demasiado complicado, me rindo y me quedo aquí”.
Cuando el periodismo hace esto, cuando renuncia al 4.º poder y a su deber de explicar y fiscalizar a cambio de la comodidad del clic fácil, no solo se está pudriendo a sí mismo. Está pudriendo el debate público.
La prensa debe tomar una decisión fundamental. Debe decidir si quiere ser el antídoto contra el “brainrott” social o su principal proveedor.
Es hora de que el periodismo se levante de la cama algorítmica, apague el scroll infinito de las tendencias insulsas y vuelva a la calle, donde está la noticia real. O, por el contrario, puede seguir pudriéndose en la irrelevancia, envuelto en la cómoda pero fétida manta de los clics vacíos.