Estamos en un mal tiempo político. Algo que se extiende a lo económico y lo social. Lo saben así y pareciera no importarles, pues las soluciones están postergadas ante la prioridad de la deshonesta lucha política de quienes, distanciados ya del país, hacen del cada día de la gente un forzado testimonio de la puesta en escena de absurdos y odios que parecieran no poder ser superados, pero un día después, como guiados por una mano prodigiosa, encuentran la forma de asombrar otra vez. Mientras ello ocurre sin pausa en la sociedad del espectáculo -como diría Guy Debord-, el tiempo, dueño del reino de los relojes, adormeció a todos, pues nada se piensa, se presenta o preocupa en la impaciencia mayor: procurar soluciones a la pesadumbre económica.
Sectores sociales, entidades empresariales, gente del análisis político y económico, también periodistas, construyen mesas de discusión para cruzar miradas y criterios sobre el escenario que se va construyendo hacia el año electoral de 2025. De forma ya unánime se expresan dos ideas: lo económico seguirá en caída y lo político, con los liderazgos que hoy se manifiestan en los espacios públicos, no generan la sensación de saber y tener posibilidad alguna de reconducir el Estado hacia otro tiempo mejor. La Policrisis, en tanto, podría diferirse hacia los años 26, 27 o más, hasta que el país y la sociedad den a luz liderazgos renovados.
Teodoro Petkoff, político y economista venezolano, acuño una frase que describía el momento intenso de búsqueda de soluciones durante su estancia en la dirección de la Oficina Central de Coordinación y Planificación. Allí, a cargo de la “Agenda Venezuela”, trabajó un conjunto de medidas transformadoras de la Seguridad Social y fue cuando repetía “Estamos mal, pero vamos bien”. Años después el presidente argentino Carlos Saúl Menem hizo suya la frase hasta popularizarla nuevamente, la utilizaba como fundamento que explicaba el rumbo tomado con el plan de convertibilidad. “Estamos mal, pero vamos bien” implicaba un camino esforzado con medidas y decisiones para alcanzar los objetivos urgentes.
Si ubicamos en nuestro país aquella afirmación, a su momento económico y político, el sentido, posiblemente, tendría que cambiar de forma inversa: “Estamos mal y no vamos bien”. Pasa que el modelo económico ha perdido energía y en consecuencia su sustento mayor ya no tiene fuente de financiamiento, y, carente de ésta, la inversión pública solo puede decaer, las empresas públicas estratégicas no logran fortalecerse, la redistribución del ingreso va en riesgo, los bonos sociales se encuentran amenazados en su futuro y el proceso de industrialización tiene el riesgo de empantanarse por falta de inversiones o quedar constreñido a plantas industriales de insuficiente dimensión.
En el año 2014 se afirmaba que el modelo económico “es un modelo de transición hacia el socialismo, en el cual gradualmente se irán resolviendo muchos problemas sociales y se consolidará la base económica para una adecuada distribución de los excedentes económicos... En ningún momento se pensó en construir el socialismo de inmediato, el propio Carlos Marx — cuando habla de la Comuna de Paris— y Lenin, dan elementos que explican por qué no se puede realizar el tránsito mecánico del capitalismo al socialismo, hay un periodo intermedio, es el que se tiene en mente con el Modelo Económico Social Comunitario Productivo en Bolivia, es decir, empezar a construir una sociedad de tránsito entre el sistema capitalista generando condiciones para una sociedad socialista”. Diez años después, sin ingresos hidrocarburiferos, sin haber logrado sustituir la fuente de financiamiento del modelo y dependiente de forma absoluta del crédito externo, el modelo ha quedado agotado en su actual concepción.
Y se añadía: “Si bien por un tiempo Bolivia seguirá siendo un país primario exportador, esta vez se debe tener claridad sobre el objetivo y el camino a tomar. Este es un modelo económico que se basa en el éxito de la administración estatal de los recursos naturales. Este modelo está diseñado para la economía boliviana, depende de la forma en que se administren los recursos naturales”. Ha sido, precisamente, la gestión insuficiente de los recursos naturales -gas y litio- la que ha conducido a este momento de extenuación económica.
Que el modelo económico haya consumido su fuente de financiamiento tiene ya impactos estructurales sobre la macroeconomía y hoy, también, en la microeconomía. Déficit fiscal, inflación, empleo, exportaciones y crecimiento del PIB ya están en números que se comprenden como crisis. La gente en sus hábitos diarios está cambiando su conducta de consumo, pues sus ingresos están con pérdida de valor adquisitivo. La crisis económica está, en previsiones realistas, construyéndose también como crisis financiera.
Entre la falta de soluciones de la fuerza gobernante y las soluciones que hacen falta, los “presidenciales” están tomados por el facilismo económico, el providencialismo y las soluciones mágicas. La complejidad del Estado, la sociedad y la crisis económica, con diversidad de hechos, indicadores y actores, no puede resolverse con breve palabrería sobre simplificadora. La elocuencia sin profundidad y sustento tampoco obrará de forma sorprendente en beneficio de la economía.
Los líderes actuales que han envejecidos de ideas y soluciones se enfrentan a algo parecido a lo que dijo Churchill en 1939: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra... elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra”. Eligieron el electoralismo popular antes que las soluciones.