Por: Vladimir Peña Virhuez
Camino de vuelta.
Después de dos años de una batalla descarnada, queda claro que el enfrentamiento entre Evo y Arce es una lucha simplemente por el poder, no se trata de visiones diferentes ni cuestiones ideológicas. Los hermanos pasaron de una pugna soterrada a un verdadero combate fratricida, sin que haya instrumento ni árbitro que detenga el desangramiento. Han llegado a un punto impensable, la fractura del MAS, dejando desorientada a su militancia. Si bien esta guerra tiene contiendas por librarse, es evidente que este ejercicio de irresponsabilidad política retrata la decadencia del proceso de cambio.
Tanto el expresidente y su delfín partieron de un error de cálculo, creyeron que la elección presidencial de 2025 era una cuestión interna del partido hegemónico, aconsejados por los resultados de los últimos procesos electorales donde obtuvieron mayorías incuestionables –excepto la de 2019–. Pero, las cosas cambian y subestimar el juicio de los ciudadanos no es inteligente. Ambos se lanzaron a la aniquilación del otro, Arce confiado en la fuerza estatal y los resortes del Estado autoritario para desnudar las perversiones –que antes callaba– de su mentor, mientras que Morales atizó la incapacidad de gestionar de su pupilo, sabiendo que las supuestas bondades del proceso de cambio eran insostenibles.
Los dislates de Evo vienen de antes, cuando sintiéndose invencible, decidió convocar un referendo para modificar la Constitución al molde de sus intereses. Ante el NO del pueblo a su afán reeleccionista, aupado por los aduladores que lo veneraban irremplazable y presumiendo su impunidad, ordenó al Constitucional que le dotara de un absurdo derecho humano a la reelección perpetua. Aquel día, el 21F de 2016, fue el principio del fin de su liderazgo. Sin embargo, Morales es de esos líderes obsesionados con llegar hasta el último aliento, como el 2019 cuando ofreció nuevas elecciones tardíamente, ya solo le quedaba el idealizador del momento apocalíptico que nunca llegó y un puñado de fieles. El fraude a la democracia marcará su ocaso irreversiblemente.
Lo de Arce es patético, ha pasado de ser el ministro del supuesto milagro económico boliviano al presidente que dejará fundida la economía y el país. No hay descargo valedero para el colaborador que compartió mayor tiempo el poder con Evo. Sin relato propio ni gestión, la administración Arcista será recordada por la inercia y la crisis múltiple. Tres fueron sus errores capitales: dejar la economía en piloto automático, continuar con la persecución política y meter al gobierno en la refriega interna. En lo único que ha sido eficaz es neutralizando a Evo y encarcelando a opositores en base artimañas judiciales; también ha logrado, pese a la elección judicial, mantener subordinado al aparato judicial, pero a la vez eso ha contribuido a erosionar su liderazgo. A estas alturas, el presidente está deslegitimado y su candidatura tiene menos gasolina que los surtidores.
En resumen, Evo es un líder amortizado por sus propios errores y excesos, consecuencia de años de comportamientos impunes bajo el beneplácito de sus cortesanos, mientras que Arce ha demostrado una capacidad asombrosa para cavar la tumba de su propio Gobierno. Su guerra ha derrumbado las fachadas que ocultaban la gran estafa del proceso de cambio y prácticamente lo han finiquitado. Un auténtico haraquiri. La lucha por el poder ha evidenciado la putrefacción de un proyecto que se presentó como la reserva moral. Su degeneración es palpable en las acusaciones mutuas de corrupción, ineptitud de gestionar, protección al narcotráfico, tráfico de influencias, abuso de poder y un largo etcétera.
No obstante, mientras Arce y Evo juegan al Coyote y el Correcaminos, creyendo que con eso entretienen a una ciudadanía asfixiada por las crisis, queda saber si serán capaces de detenerse, porque hasta ahora queda la sensación de que no saben bajarse del tren. Su terquedad ha desahuciado hasta la mediación de los líderes internacionales de la izquierda populista, por lo cual, solo queda la base masista, si acaso pretenden salvar lo que queda de su proyecto político, sino el haraquiri será colectivo. Paradójicamente, el partido del bloqueo ha quedado bloqueado, aunque en realidad el MAS empezó a caerse cuando fue incapaz de enviar a casa a Evo después de haber desconocido el voto popular.
De los males que adolece el sistema de partidos, la eternización de sus liderazgos es de los peores, porque termina atando el futuro del partido al de sus líderes, peor aún si a estos les cuesta entender que su tiempo se ha acabado. Uno de los pilares de la democracia es la alternancia en el poder, la cual es saludable incluso para los propios partidos, porque los oxigena y les permite la renovación de sus liderazgos, algo que al MAS después de nueve años le cuesta comprender.