“Querido pueblo, gracias. No dudes que si tuviera dos vidas las gastaría enteras para ayudar a tus luchas, porque es la forma más grandiosa de querer la vida que he podido encontrar a lo largo de mis casi 80 años. No me voy, estoy llegando, me iré con el último aliento, y donde esté estaré por ti, contigo, porque es la forma superior de estar con la vida”, dijo el 1° de marzo de 2015 al despedirse de la Presidencia. Esten hombre bueno, extremadamente bueno, ha muerto quebrándonos el corazón a todos.
Otro de los que están en el selecto grupo de los buenos hombre, el querido presidente Lula, decía de él en diciembre: “É uma emoção poder condecorar o grande companheiro Pepe Mujica com a maior honraria brasileira, a Ordem Nacional do Cruzeiro do Sul, por sua incansável luta pelo melhor da América Latina e do mundo. Um exemplo para todos nós” (Es una emoción poder otorgar a nuestro gran compañero Pepe Mujica el más alto honor brasileño, la Orden Nacional de la Cruz del Sur, por su incansable lucha por lo mejor de América Latina y el mundo. Un ejemplo para todos nosotros). Aquel 6 de diciembre, en la chacra de Pepe, se vivieron esos momentos que estremecen el alma, aquella fue una jornada de merecidos reconocimientos que varios líderes le hicieron a este mensajero de la dignidad, la decencia y el buen saber.
Esta muerte duele, duele porque hombres así, de compromisos infinitos y valores innegociables están desapareciendo. No es que sea un abuelo que despierta cariño, pasa que en cada palabra dicha nos deja una vida de ejemplos y reflexiones que deberíamos recoger ante la desolación de nuestras democracias.
Mujica habló de todo, pero sobre la política fue aún más claro y determinado, dijo que esto es con épica, compromiso y actitud moral. Algo que se en una de sus frases repetidas y brillantes, “los políticos tienen que vivir como vive la gente común”. López Obrador -el otro hombre bueno que aún sigue con nosotros-predicaba lo mismo hace poco tiempo atrás, “no puede haber pueblo pobre y gobernantes ricos”. La política no es un negocio, tampoco una cuestión de vanidades. Se expresa y vive como una pasión, comprendiendo las emociones y sentimientos de quienes sufren y están lejos de toda posibilidad de reemplazar un destino de infortunios preestablecido.
Mujica aprendió lo más complejo y difícil, conectar con la gente. Los jóvenes le atendían por horas, y lo escuchaban mientras los políticos lo admiraban y otros, sin decirlo, lo envidiaron con rostro áspero. Pasa que él fue, con su conducta, ejemplo y palabras, un faro de moralidad y ética en la discusión pública. Siendo hombre de izquierda habló de tolerancias y convivencias con la derecha. Aconsejó respeto y se dirigía con su voz cansada, esa voz que parecía tener mil años, a quienes estaban, socioculturalmente, alejados en pertenencia al mundo de la izquierda. Ese fue uno de sus grandes valores como político, hablarle a quienes son los otros, los diferentes a él.
Aquel día de diciembre, en su casa de Rincón del Cerro, donde habitó en su chacra que fue un centro de peregrinación por quienes admiraron su austera vida, las ideas que desparramaba gratuitamente y los consejos que también, con preocupación y desinterés entregó a quien allí llegaba, dejó dichas unas palabras para los bolivianos: “Yo quiero darle simbólicamente un abrazo al pueblo boliviano, es un pedazo importante del pueblo de nuestra América sureña, en el fondo los siento mis compatriotas porque pertenecemos a una nación gigantesca todavía no integrada. Yo soy un anciano, pero les pido bolivianos, que cuiden la unidad a pesar de las diferencias. ¿Por qué? Porque la gran lucha es cómo se reparte el ingreso. Cualquier gobierno más o menos progresista va a repartir un poco mejor para abajo, y un gobierno de derecha va a repartir mejor para arriba, porque creen, honradamente, en la teoría del derrame, que hay que cuidar a los que están arriba para que se genere trabajo y los de abajo a la larga se beneficien. Nosotros no creemos y necesitamos gobiernos que aprieten para que se reparta un poco mejor. Nadie puede hacer milagros, pero sí un gobierno progresista puede repartir un poco mejor lo que hay. Si no logran entenderse y andar juntos, no van a pagar los líderes, va a pagar el pueblo pobre que no tiene la culpa de nada y es víctima de todo. Gracias pueblo de Bolivia, les doy un abrazo y cuiden, cuiden la unidad entre los que sufren”.
Cuidar la unidad ya no es un consejo, hoy es una urgencia. La crisis generada por los liderazgos de lo social popular del país ya entra por puertas y ventanas, y ante ello, solo las miradas entumecidas, la nada, el huir y trasladar culpas, sin saber qué hacer o sin poder hacer algo.
Allí en la chacra de Pepe, Lula dijo lo mejor: “Un hermano no se escoge, una madre tampoco, pero un compañero, sí. Él es el compañero que yo escogí, la persona más extraordinaria que he conocido”. Él le respondió, “todavía tenemos enormes deudas sociales con los débiles de nuestra América, ojalá algún día podamos pagarlas con creces”.
Dos hombres tremendos han partido en menos de un mes, dos hombres que se miraban siempre con complicidad de la buena. Francisco y Pepe han sido una declaración vehemente de que es posible ser un hombre bueno en esta vida. Lula y AMLO están en ese club tan selecto y exclusivo, la sociedad de los hombres buenos.