Tras una buena dosis de presión, el gobierno ha decidido darle un poco de aire al mercado de combustibles con el decreto 5271. Ahora, tanto Juan de los Palotes como las gasolineras podrán importar hidrocarburos... siempre y cuando se registren, pidan permiso a la Autoridad Nacional de Hidrocarburos (ANH), y cumplan con más requisitos que una visa de turista.
Pero, claro, esta “libertad” es un poco como una cuerda que te sueltan solo hasta donde el otro extremo aguante. No estamos hablando de una liberalización completa. No se trata de que uno pueda cruzar la frontera con su turril o cisterna, cargar gasolina en el país vecino y regresar como si estuviera trayendo pan de la esquina. No, no. Esto es un “medio” libre mercado, donde la ANH sigue siendo la que lleva las riendas.
Y hablando de precios, quienes se animen a importar diésel o gasolina tendrán la oportunidad de vender, aunque sin subsidio. Así es, la ANH marcará la pauta de cuánto podrán cobrar, y no será una ganga. Los precios estarán en línea con la gasolina premium plus y súper premium, y en cuanto al diésel, prepárese para lo que venga, porque aquí no hay descuentos para nadie.
¿Funcionará la importación privada de combustibles? Quizás, aunque tropezaremos con un pequeño obstáculo: los dólares, esos escurridizos billetitos verdes. Para conseguirlos, habrá que revisar el colchón o comprarlos en el mercado paralelo, donde no precisamente los venden en oferta. Con la demanda subiendo para financiar estas importaciones, podríamos estar viendo el dólar trepando más rápido que un gato en tejado caliente.
Este baile de precios, sin subsidios ni dólares abundantes, golpeará especialmente a los sectores que dependen de los hidrocarburos, como los productores de alimentos en el oriente. Y no es de extrañar que estos costos terminen repercutiendo en los precios finales de los productos; ya saben, esos mismos que vemos en el supermercado cada semana y que parecen subir con la misma velocidad que bajan nuestras expectativas.
Al final, esta medida crea un escenario con ganadores y perdedores. La realidad del mercado se impone y la gasolina más cara es, sin duda, la que no hay, al igual que el alimento más caro es el que no existe.
¿Y qué pasa con el gobierno? Pues ahora comparte la responsabilidad del suministro con el sector privado, lo cual es una jugada interesante. Si la medida fracasa o apenas sobrevive, al menos en los papeles habrá “corresponsabilidad”. Claro, a la hora de repartir las culpas, la propaganda oficial siempre encontrará la forma de vestir el resultado.
Eso sí, no nos engañemos: los problemas del sector de hidrocarburos y de la economía en general no se resuelven con soluciones a medias. Estas medidas pueden dar un respiro, sí, pero lo cierto es que enfrentamos desafíos estructurales. Desde esta trinchera, seguimos insistiendo que mientras no se aborden temas de fondo como el control del gasto público, la flexibilización del tipo de cambio, o el impulso de nuevas exportaciones, seguiremos bailando al ritmo de los parches. Porque al final, como decimos por aquí, las modas pasan, pero los problemas persisten.