Vivimos en la era de la visibilidad. El mantra digital nos repite que, si no estás en redes sociales, simplemente no existes. Se ha instalado la idea de que todo profesional, sea cual sea su rubro, debe ser también un creador de contenido.
Construir una “marca personal” se vende como el único camino al éxito, hay que mostrarse auténtico, grabar el día a día, dar consejos rápidos y, sobre todo, acumular seguidores.
Pero, ¿qué sucede cuando esta exigencia choca de frente con la realidad de profesiones que demandan el 100% de la atención y el tiempo?
Me lo comentaba hace poco una doctora de la salud, frustrada. Sus potenciales pacientes le admitían que antes de sacar una cita “googlean” al especialista y revisan su popularidad en Instagram o TikTok. La ecuación que hacen es simple y peligrosa, más seguidores equivale a mejor profesional.
El problema es evidente. Estamos confundiendo popularidad con pericia. Caemos en la trampa de que una buena iluminación y una edición de video ágil son más importantes que un título de especialidad o años de experiencia en un quirófano.
Es un sistema que beneficia al carismático, quizás incluso al charlatán que puede comprar seguidores, por encima del verdadero experto.
Esto nos lleva a una distorsión peligrosa de la realidad. Ya lo advirtió el filósofo y teórico de la comunicación, Marshall McLuhan, hace décadas:
«El medio es el mensaje».
Y vaya que tenía razón. Hoy, el “medio” (la plataforma, el video viral, el número de likes) se ha vuelto más importante que el “mensaje” (la competencia técnica, los años de estudio, la certificación).
Se está otorgando mayor valor a la capacidad de comunicar la medicina que a la de practicarla. El algoritmo favorece a los médicos que publican videos de baile con consejos de salud, lo que pone en desventaja a profesionales como la doctora que me compartió su preocupación. ¿Por qué? Porque está ocupada en menesteres que no caben en un “storytelling” de 15 segundos.
Está en una cirugía de emergencia que dura ocho horas. Está de turno en la madrugada atendiendo pacientes. Está volando de un hospital a otro para una consulta urgente. Está llenando informes administrativos cruciales para el cuidado de un paciente. Su trabajo es salvar vidas, no ganar engagement.
No se trata de demonizar las redes sociales; son herramientas valiosas de divulgación. El problema es nuestro criterio como sociedad. Hemos externalizado nuestra confianza a métricas vanidosas.
Como pacientes y clientes, debemos recuperar el pensamiento crítico. ¿Queremos al profesional que mejor edita videos o al que mejor opera? ¿Al que tiene más seguidores o al que tiene más certificaciones?
Porque cuando la salud está en juego, la popularidad no sirve de nada. Lo que necesitamos no es un influencer con bata blanca, sino un profesional competente, aunque esté demasiado ocupado para publicarlo.