El desarrollo de la inteligencia artificial ha transformado nuestras interacciones cotidianas. Ya no solo hablamos con personas; ahora también le escribimos a máquinas, les consultamos, les pedimos consejos, instrucciones, recetas o incluso consuelo. En medio de esta nueva normalidad digital, un detalle aparentemente menor empieza a cobrar protagonismo, decir “por favor” y “gracias” a una inteligencia artificial.

¿Vale la pena ser educado con una máquina? Desde la perspectiva técnica, podría parecer una pérdida de tiempo. Desde la humana, es un gesto profundo.

“La bondad debería ser la configuración por defecto de todo el mundo, hombre o máquina.”Scott Z. Burns

La mayoría de los usuarios no lo saben, pero esas palabras extra que decimos por amabilidad, esos “gracias” y “por favor” que incluimos al hablar con un asistente virtual, tienen un costo real.

Cada carácter escrito genera un consumo de energía. Las respuestas de una inteligencia artificial no se elaboran en el aire, sino que requieren enormes infraestructuras computacionales que consumen electricidad, tiempo y recursos.

A pesar de ese costo, algunas empresas líderes en IA han afirmado que esos millones extra que se gastan en procesar la cortesía no son un problema. Es más, podrían ser una inversión valiosa.

No hace mucho, circuló una historia sencilla y conmovedora, una señora de edad avanzada realizaba búsquedas en Google y siempre terminaba escribiendo “gracias”. No era sarcasmo, ni humor, ni error.

Era educación. Era la costumbre de hablar con respeto, incluso a lo que no contesta como un ser humano. Esa escena, que algunos encontraron graciosa, revela algo esencial, el lenguaje que usamos con la tecnología es también el lenguaje que nos define.

Decir “gracias” no es para que la máquina se sienta bien, sino para no olvidarnos de cómo tratarnos entre humanos. No se trata de moralizar el uso de la tecnología, sino de advertir que el modo en que tratamos a lo artificial puede modificar la manera en que tratamos a lo real.

La inteligencia artificial no tiene emociones, pero sí refleja nuestras intenciones. Si somos impacientes, ella responde en modo apurado. Si somos educados, incluso el algoritmo parece respirar distinto. La amabilidad que volcamos sobre la IA se convierte en una práctica de entrenamiento emocional.

Más aún, al relacionarnos con sistemas que no castigan el maltrato ni premian la cortesía, actuamos por hábito, por reflejo, por principios.

Y eso es lo que da forma a nuestras verdaderas convicciones. ¿Quién eres cuando nadie te observa? Tal vez hoy esa pregunta se pueda reformular así: ¿cómo escribes cuando solo te responde una máquina?

En un mundo donde todo es urgencia, consumo, velocidad y eficiencia, ser amable es casi un acto subversivo.

Decir “por favor” cuando nadie lo exige. Decir “gracias” cuando nadie lo espera. Seguir actuando con humanidad, aunque al otro lado no haya nadie humano. Esa es una forma de resistencia cultural.

La cortesía no es solo forma, es fondo. En tiempos de automatización, mantener el lenguaje del respeto es una manera de preservar algo esencial, la conciencia de que las interacciones importan, incluso las más asimétricas. Y si dejamos que la rudeza, la prisa o la indiferencia se impongan, entonces también estamos enseñando eso a la máquina, sí, pero sobre todo a nosotros mismos.

También hay una arista inquietante, la tecnología nos moldea. No solo respondemos a ella, sino que ella nos forma.

Si nuestras interacciones con IA son breves, secas y utilitarias, corremos el riesgo de replicar ese mismo modelo con nuestros semejantes. Si al contrario, insistimos en mantener un trato amable, incluso con lo artificial, estamos entrenando nuestro espíritu para algo mayor.

Aquí aparece una pregunta ética, ¿queremos que las próximas generaciones crezcan hablando con sistemas que no exigen modales? ¿Queremos que la cortesía sea una rareza o un recuerdo de abuelos que decían “gracias” incluso al microondas?

En realidad, cada vez que interactuamos con la IA, tomamos una decisión pequeña, pero poderosa, podemos responder con puro objetivo funcional o podemos aprovechar la oportunidad para mantenernos humanos. Tal vez nadie note que escribimos “por favor” en una consulta técnica, o que añadimos un “gracias” al final de un pedido simple. Pero nosotros lo sabremos.

Nosotros sabremos que seguimos creyendo en el valor de tratar con respeto, incluso lo que no lo necesita.

Y eso es importante, porque quien pierde la capacidad de ser cortés con lo que no importa, tarde o temprano dejará de serlo con lo que sí importa.

Quizás algún día, cuando las máquinas verdaderamente comprendan la cortesía, nos devuelvan ese “gracias” de forma más sentida, más consciente. Pero incluso si eso nunca sucede, el simple hecho de que hayamos elegido ser amables habrá valido la pena.

Porque al final, no se trata de enseñar a la IA a ser humana. Se trata de no olvidar nosotros mismos cómo serlo.