Esta semana, las redes sociales se inundaron con el video de una orca que, supuestamente, mataba a su entrenadora en pleno espectáculo.
Las imágenes, de un dramatismo sobrecogedor, generaron una ola de indignación y debate sobre la cautividad de animales salvajes. Horas después, se confirmó la verdad, el video era un montaje, una creación de inteligencia artificial tan verosímil que engañó a millones.
La orca falsa y su entrenadora inexistente se convirtieron en el último y viral ejemplo de un mal que corroe los cimientos de nuestra sociedad, la desinformación.
Este domingo 17 de agosto, Bolivia acude a las urnas en unas elecciones generales cruciales para el futuro del país.
El paralelismo entre el video de la orca y el panorama electoral es ineludible y profundamente preocupante. Nos encontramos navegando en un océano de información, donde distinguir la verdad de la mentira se ha convertido en una tarea titánica, una en la que, lamentablemente, muchos no están interesados en emprender.
Las noticias falsas, o fake news, no son un fenómeno nuevo, pero su alcance y poder de persuasión en la era digital son aterradores.
Se diseñan para apelar a nuestras emociones más primarias, para confirmar nuestros sesgos y para polarizar. Son el arma predilecta en la guerra moderna por la opinión pública, una herramienta de manipulación de masas que puede decantar elecciones, destruir reputaciones y sembrar el caos.
En este escenario, los medios de comunicación tradicionales, que deberían ser el faro que guía a la ciudadanía, a menudo se convierten en cómplices de la desinformación.
Vemos con desoladora frecuencia cómo líneas editoriales se doblegan ante el poder económico o político, cómo la pauta publicitaria o los favores “por debajo de la mesa” dictan la cobertura noticiosa. Candidatos convertidos en productos, y noticias en meros vehículos de propaganda. La pleitesía al mejor postor erosiona la confianza y deja al ciudadano a la deriva.
«Una mentira puede viajar medio mundo, mientras la verdad se está poniendo los zapatos.» — Mark Twain
Esta célebre frase de Mark Twain resuena hoy con una vigencia escalofriante. La velocidad con la que se propaga un bulo es infinitamente superior a la de su desmentido.
Y mientras nos ahogamos en este mar de falsedades, una conversación fundamental sigue ausente del debate público, la necesidad imperante de forjar nuevas generaciones armadas con las herramientas para enfrentar esta realidad.
Nadie parece estar hablando seriamente sobre la urgencia de cultivar el pensamiento crítico, el sentido común y la alfabetización mediática desde las aulas.
¿Cómo esperamos que los jóvenes, y la sociedad en general, naveguen en un ecosistema digital saturado de inteligencia artificial capaz de crear realidades ficticias, si no les proporcionamos las competencias para cuestionar, analizar y verificar?
La irrupción de la inteligencia artificial en nuestras vidas es un punto de inflexión histórico. Sus alcances son tan prometedores como peligrosos. La misma tecnología que puede generar un video falso de una orca, tiene el potencial de revolucionar la medicina, la ciencia y la educación.
La conversación sobre sus implicaciones éticas y las responsabilidades de quienes la desarrollan y utilizan es aún incipiente. La educación debe transformarse radicalmente para preparar a los ciudadanos no solo para usar estas nuevas herramientas, sino para comprender sus sesgos, sus limitaciones y su potencial para la manipulación.
Este fin de semana, cada ciudadano boliviano con la capacidad de votar tiene en sus manos una poderosa herramienta para moldear la realidad, una que va más allá de un “me gusta” o un “compartir”.
El voto es la máxima expresión de la participación ciudadana en una democracia, una oportunidad para elegir a quienes tomarán las riendas del país y definirán las políticas que nos afectarán a todos.
Frente a la avalancha de desinformación, al ruido de las campañas y a las promesas vacías, el voto informado y consciente se erige como un acto de resistencia, como un dique de contención contra la manipulación.
Es el momento de aplicar ese pensamiento crítico que tanto necesitamos. De investigar a los candidatos más allá de los eslóganes, de analizar sus propuestas con lupa y de exigir transparencia a los medios que consumimos.
No permitamos que la apatía o la confusión nos roben la voz. El futuro de Bolivia no se decide en un video viral, sino en las urnas.
Este domingo, ejerza su derecho, pero sobre todo, ejerza su criterio. Su voto es la verdad que puede cambiar el rumbo de la historia.