¿Y cuándo estemos frente a la boleta?

La primera vuelta para las próximas elecciones generales se acerca más: 21 días que pesarán como ladrillo a todos: a unos porque se les acaba el ciclo; a otros porque esperan ganar —apostando años de perseverancia por medio—, y unos más porque (una vez más) no llegarán.

Faltan 21 días, y quedan algunas certezas que no se han comentado (supongo) suficientemente.

La primera es parte de lo que cada vez entiendo como un mito urbano: un supuesto voto oculto del Evo (además de que no va a ser candidato) ¿cuál sería?, y, sobre todo, de existir ¿a quién beneficiaría?

Si recordamos un poco atrás, en las épocas de bonanza el masismo disfrutó de un bono electoral que vinculaba su elección con la culminación de los continuos bloqueos y cercos (2005) y su reelección con la bonanza externa (2009, 2014). Ese bono fracasó en 2016 y nuevamente fracasó en 2019 (conllevando activar el megafraude) pero en 2020 volvió a funcionar. ¿Pero cuál sería? Posiblemente entre un 25-30 %, mayor en el 2009 y 2014 y similar en el 2020, basado principalmente en sectores suburbanos —que entre 2008 y 2015 pudieron ascender a la clase media baja— y rurales, pero que desde 2015 en adelante fueron sintiendo el fin de la bonanza y, el consecuente retroceso en sus realidades. (Según el Censo 2024, el 35 % de la población vivía en zonas rurales, sin especificar si rural incluía poblaciones pequeñas). En 2020, la situación fue distinta por dos razones: el primero, la pandemia que había empobrecido al país y, el segundo, el fracaso del Gobierno de Transición, lo que sumado a la dispersión del voto no-masista (De Mesa, Camacho y Chi) y a que el candidato evista era el pretendido “Mago de la Bonanza” despertó un fenómeno de votación similar al de 2005 acompañado de una fallada expectativa, también como en 2005. De haber un voto oculto hoy, estaría entre los nulos y blancos y, quizás menos, entre los indecisos, que promedian en julio (encuestas de UNITEL y EL DEBER) el 11,5 %, el 8,5 % y el 8,3 %, respectivamente a cada categoría; pero (el primer pero) los nulos (y quizás menos los blancos) serían ese verdadero voto duro evista que, por bronca, no se iría a los traidores (Andrónico, Del Castillo y Copa); mientras que el 8,3% de indecisos (recordemos el error del 2,2 % reconocido en las encuestas) estaría esperando a última hora para decidir a quién favorecer entre Quiroga, Doria Mediana y, más ambivalente la decisión, Rodríguez.

Con eso cerramos el tema de los residuales, sobre todo teniendo en consideración que, en Bolivia, los votos en blanco no entran en el cómputo válido, como sí en España y en Argentina, entre otros.

El otro tema es el de los jóvenes.

Ayer, conversando con un colega en el exterior, meditamos en el caso de los ni ni (ni estudian ni trabajan) que es tan determinante en Argentina y también en Chile pero no lo es en Bolivia donde la accesibilidad del estudio universitario en las universidades del sistema público no es onerosa (otra cosa, muy distinta, es el nivel educativo estándar pero eso no es parte del análisis que conversábamos), pero lo que sí es determinante para el joven boliviano es el acceso a fuentes de trabajo dignamente remuneradas y seguras, produciendo el ridiculísimo 6 % de desempleo que informa la OIT a partir de datos locales que obvian, ¡escandalosamente!, el 90 % y más de subempleo y empleo informal. Sin dudas, esa situación provoca un desencanto creciente con el sistema (cuál sea) entre los jóvenes —más entre egresados universitarios, sobre todo de carreras sin mercado laboral— y, por ende, desafección con el maltrecho sistema democrático.

Hasta este momento (y supongo que seguirá así) el peligro de una dispersión dentro de la Asamblea Legislativa Plurinacional se mengua porque las previstas dos bancadas principales deberán responder a dos líderes reconocidos (ojo con el antecedente de las bancadas de CREEMOS y de COMUNIDAD CIUDADANA en la legislatura que finaliza), habrá una menor bancada “de izquierda” androquinista y, en los mejores casos, algunos pocos asambleístas —si los hubiera— respondiendo a algunas otras candidaturas.

Pero tres semanas, en estos tiempos de crisis, es mucho en Bolivia. No creo en sorpresas algunas pero sí en reacomodos, a veces inusuales.

Veremos qué se mueve.