Durante veinte años, el gobierno del Movimiento Al Socialismo (MAS) ha tratado a la suegra del Fondo Monetario Internacional (FMI) peor que a una madrastra en culebrón venezolano pre-revolución chavista. Cuando podía, la culpaba de todos los males con un repertorio de insultos nada piadoso: la vieja metiche, la señora de los números tóxicos, la obsesiva de la austeridad, la bruja contable, la viuda negra de las finanzas, la generala de la dieta económica, la inventora del ayuno fiscal, la tacaña cósmica, la gran inquisidora del gasto público. Y cuando la economía mundial les sonreía, el gas natural llenaba los bolsillos de los cofres públicos, y los datos de la economía boliviana eran buenos, aceptaban gustosos los elogios de la suegrita. Se derretían cuando ella les mandaba un besito o una palmadita en el hombro por el aumento del crecimiento y la inflación. Los Chuquiago Boys, vestían su mejor traje de yernos rebeldes y repetían orgullosos: “¡No lo decimos nosotros, lo dice la señorona del FMI!”.
Eran tiempo en que les encantaban los besos lejanos de la suegra. Pero lo que parecía avances económicos eran anabólicos que inflaban a la economía, además, eran tiempos que los hermanos del proceso de cambio juraban que el país estaba blindado. Tiempos idos. Ahora entro la polilla al aparato productivo nacional y todo hace aguas. Los revolucionarios de antaño raspan la olla y se preparan para pasar la posta envenenada. Ahora, con la cola entre las piernas, los otros yernos arrepentidos, en penitencia ideológica y con voz temblorosa, vuelven a tocar a la puerta de la suegra FMI rogándole unos billetitos para pasar el día. La mayoría de la familia boliviana, cansado de la crisis económica, presiona para que los nuevos inquilinos de la casa económica hagan algo antes que ésta se derrumbe completamente.
Por lo tanto, no es casualidad que los dos candidatos presidenciales, Rodrigo Paz y Tuto Quiroga, hayan peregrinado hasta los organismos internacionales en Washington.
Paz llegó hecho al copetudo diplomático: aclarando que no iba a pedir plata, ¡Dios lo libre!, sino a presentar, con porte de académico, su programa económico. Nada de ir directo donde la suegra FMI; primero visita a las tías más benévolas como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), esas damas distinguidas de la cooperación, que no dejaron de apoyar a los díscolos del MAS. Según él, se trata de una visita protocolar de las diez de la mañana con cafecito y galletas. Ahora, si alguien del Banco Mundial le va con el chisme a la suegra del FMI y esta entera de lo bien que pretendemos ordenar la casa. Bien también. Quién sabe, en un arranque de misericordia cristiana, la señora tal vez decida abrir su cartera Louis Vuitton y dejar caer algunos dolarachos, que, dicho sea de paso, nunca están de más.
Tuto Quiroga, en cambio, es pragmático de manual de microondas. Él no anda con rodeos ni coquetear con las tías faciles. Va directo a la suegra FMI, se disculpa por los desplantes del inquilino anterior, y con gesto solemne le dice: “Señora, yo soy el yerno obediente, el que cumple horarios, lava los platos, no tira la toalla en el piso del baño, hace pis sentado y respeta, rigurosamente, las reglas de la casa. Recuerde que Usted para mi es como una segunda madre, por lo tanto, y por el amor de Adam Smith, suelte los Washingtones”.
Paz prefiere el juego de la seducción protocolar, Tuto apuesta al “sincericidio” financiero. Y ambos, aunque con estilos distintos, saben lo mismo: sin la lana suegra, no hay fiesta. Sin su plata, o sin su aval para que otros suelten las monedas, la estabilización y reactivación económica será muy difícil y muy costosa.Por lo tanto, el dilema no es si: La dejamos o no entrar a la casa a pasar, sino como como la recibimos: Con alfombra roja y banda Eduardo Caba por la puerta grande, o si la dejamos entrar por la puerta de la cocina, como quien recibe a una parienta incómoda con un vaso de agua y cara de circunstancia, para no incomodar a la gente de la casa.En suma, el dilema es simple: Puerta grande: credibilidad técnica y confianza internacional, a costa de protestas domésticas. Puerta chica: menos ruido político, pero con el riesgo de que un día alguien descubra que la suegra ya está instalada, tomando mate en el sillón favorito. Porque en la memoria nacional, la suegra del FMI no es la abuela que trae salteñitasss: es la señora que, en los 80 y 90, vino a “ordenar la casa” y de paso se llevó la vajilla de porcelana y la dignidad. ¿O abra cambiada la señora?Porque la situación es dramática. El agua y ha llegado a la a quijada y si anuncia que una motosierra, manejada por delfines traviesos, cortará a la altura de la rodilla. Al final del día, y en el cortísimo plazo, el nombre del juego, con suegra, sin suegra o con todo el club de tías y primos internacionales, es uno solo: conseguir dólares.
¿Y qué significa eso en cristiano? Pues dos cosas muy concretas: dólares contantes y sonantes, esos billetes verdes que sirven para pagar las importaciones de hidrocarburos, cumplir con los vencimientos de la deuda y que no se nos apague la luz ni se nos queden secos los surtidores. Dólares en promesa, es decir, algún programa de apoyo, un acuerdo con apellido elegante, que tranquilice expectativas y dé un poco de certidumbre a los mercados. Porque, seamos francos, no todo es caja chica: también hay que convencer al país y al mundo de que el barco no se hunde.
En otras palabras, no se trata solo de billetes en la bóveda, sino de confianza en el futuro. Y si la suegra del FMI ayuda a traer ambas cosas, dólares físicos y dólares psicológicos, entonces hasta los yernos más orgullosos tendrán que admitir que la señora, verrugas y todo, sigue siendo la que paga el catering del preste.
Porque independientemente, si la suegra el FMI dona sangre financiera, el ajuste que se tiene que hacer es estándar, es de protocolo básico en la sala de emergencias.
La receta está servida, y no es precisamente menú degustación: recorte del gasto público, empezando por los rubros clientelares que alimentan más votos que productividad, ajuste de subsidios a los hidrocarburos con retiro parcial y a cuentagotas, vuelta al tipo de cambio flexible para enterrar el rígido dogma del 6,96 y desempolvar al viejo “bolsín”.
A eso se suma la reingeniería tributaria: más base impositiva, menos privilegios, menos agujeros. Y por supuesto, la liberalización comercial, abrir ventanas y puertas para que el comercio respire sin tantas trabas arancelarias. Como postre, la independencia del Banco Central, esa ancla que alguna vez fue de hierro y hoy parece de plástico reciclado.
En pocas palabras, un programa mínimo de estabilización, parecido de los manuales de la suegra FMI. Lo que cambia no es la partitura, sino el financista del concierto.
El dilema es muy duro, a saber, con billetes de la suegra FMI, podríamos contar con unos 3.000 millones de dólares, aunque no se cuan inmediatos: un colchón mullido para amortiguar el golpe social y ganar credibilidad afuera. Sin la cartera de la viuda negra de las finanzas, el ajuste sería en frío: más doloroso, con el paciente mordiendo el palo de la disciplina fiscal, confiando solo en la reconstrucción de confianza interna y rezando para que el quirófano no se quede sin luz.Difícil elección, sin duda alguna, y sólo el tiempo dirá, si las cosquillitas lejanas o cercanas de los candidatos, fueron suficientes para ablandar el bolsillo de la suegra del FMI y sus amigas chinchosas y también si los yernos de la casa acostumbrados al jolgorio la vuelven a tolerar a la generala del déficit público.