El escenario electoral fragmentado y dinámico, hace difícil rayar la cancha para analizarla, pero para efectos prácticos vamos a dividir en dos grandes bloques. Primero, el bloque indígena-popular, fragmentado y compuesto por el Movimiento al Socialismo, Evo Pueblo, Morena y Andrónico Rodríguez; con aún un panorama incierto. El segundo bloque grande, difícil de nominar, es el que concentra las intenciones de cambiar las bases del proyecto masista puesto en marcha desde el 2006, el proyecto centralista y estatista llamado “Modelo Económico Social Comunitario Productivo”.
De este último bloque y sobre los binomios de Samuel Doria Medina, Jorge Tuto Quiroga, hagamos las preguntas de rigor, ¿Son estos binomios competitivos? ¿Tendrían posibilidades de ganar si el bloque indígena-popular no va fragmentado en al menos en dos opciones? Desde el enfoque constructivista e institucionalista en la Ciencia Política sobre las teorías del voto basado en identidad, es un rotundo no. Pero entendamos por qué es fundamental mirar la realidad nacional para tomar estas decisiones, pues ni los mejores asesores políticos extranjeros de renombre deberían prescindir de la lectura socio-política e histórica de nuestro país.
Muchos autores han intentado entender por qué las personas votamos como votamos, y hay un considerable consenso en que el voto está definido por la emocionalidad y por lo identitario, es decir, votamos con el miedo, la esperanza, el enojo, desde nuestra clase, nuestra historia individual y colectiva; y también desde nuestra lengua materna. Específicamente D. Horowitz y K. Chandran han desarrollado la decisiva importancia del sentido de la pertenencia en contextos electorales, especialmente en estados donde existen fuertes divisiones identitarias, ya sean étnicas, lingüísticas, culturales, de clase o religiosas. Además, en contextos donde las instituciones estatales han presentado fallas históricas que hicieron la exclusión de ciertos grupos exacerbada, por ejemplo, es necesario recordar que de 200 años de historia boliviana, solo 73 años hemos sido sujetos políticos las mujeres, indígenas, campesinos, analfabetos y sectores marginados por razón de clase.
Por otro lado, es necesario recordar que Bolivia tiene una alta diversidad étnica y con la mitad de la población que se considera indígena, desconocer estos datos en la elección del binomio presidencial, es un error político. Según Isaac Sandoval (1991), existe una irresolución del conflicto étnico-estatal en el proceso histórico-político boliviano, que a mi parecer más de 30 años después, esta irresolución persiste en partidos y alianzas políticas incapaces de entender que es necesario hacer conexión con todo lo que está por fuera del prototipo de un hombre blanco, de ciudad, profesional y con cierto estatus económico; José Luis Lupo y Juan Pablo Velasco. Ambos, una repetición de lo que representan simbólicamente Samuel y Tuto, sus clones.
Es necesario aclarar que de ninguna manera se trata de reducirlos o de estereotiparlos por su clase, género y etnicidad, se trata de entender la estrategia política y más profundo e importante aún, de acercarse a todo lo que no son y no representan los candidatos a la presidencia para complementar realidades y plasmarla en propuesta, en gobierno. El binomio de presidente y vicepresidente es altamente simbólico y con un profundo mensaje de representación identitaria que entra por los ojos con una sencilla imagen que se repite en toda la campaña electoral, una y otra, y otra vez.
Los currículums y el poder adquisitivo queda reducido al imaginario colectivo de lo que podría parecer “Un gobierno de ellos y para ellos”. ¿Puede ser simplista y prejuicioso? Claro que sí, pero son interpretaciones simbólicas que existen en un país con heridas en las relaciones de poder históricamente ligadas a la racialidad, y que son difíciles de ignorar al momento de votar. El binomio debe ser complementario y debe responder a nuestra historia política.